Despedidas forzadas, reencuentros necesarios

Por: Miladys Soto
@miladyssoto

Para muchos el aeropuerto es sinónimo de alegría, vacaciones y diversión. Sin embargo, es ahí donde otros viven los momentos más tristes o emotivos. He hecho tantas visitas a este lugar que no las puedo contar. Pero sí puedo contar y recordar algunos de esos momentos significativos de mi vida, dentro del aeropuerto.

El primero fue cuando se fue un novio que tuve hace muchos tiempo. La relación duró ocho años, el último de ellos a la distancia. Un miércoles me dijo que se mudaría a Orlando y el domingo yo ya estaba llorando mientras lo veía desaparecer en la fila del TSA. Ese día no sabía que ese momento era el inicio de una retahíla de sentimientos extremos, vividos en el SJU, el MEX o en el FLL…

Como con muchas experiencias traumáticas de mi vida, no recuerdo cuando se fue mi hermanastra Verónica. ¡Y yo tenía 18 años! Bien dijo el Gabo que “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos”.

Pero sí recuerdo el año siguiente, cuando viajé a verla, la segunda travesía de mi vida y la primera vez que viajaba sola. Llegué al aeropuerto de Fort Lauderdale y, entre perdida, asustada y contenta, me eché a llorar sin control cuando finalmente la abracé.

A los 25 años, habiendo terminado la maestría, decidí aceptar una oferta de trabajo en la Ciudad de México.

Después de decenas de intentos de familiares por convencerme de no mudarme, llegó el día de la despedida. Mi papá, el único que me apoyó sin reparos, se despidió de mí en el aeropuerto. Dejó claro que era algo que debía intentar, y que podía regresar cuando quisiera. Se me hizo un nudo en la garganta, y vi los ojos llorosos de alguien que nunca llora, al dejar a su hija embarcarse sola en una locura internacional que se extendió por cuatro años e incluyó, entre otras cosas, turismo en un país maravilloso, un manojo de amigos y hasta un compromiso de boda frustrado. Compromiso que también trajo decenas de despedidas y reencuentros en los aeropuertos de San Juan y la Ciudad de México.

A partir de esas experiencias siempre miro a las personas a mi alrededor cuando hago la fila del TSA. Siempre hay padres despidiéndose de sus hijos e hijas, parejas, militares, abuelos… un sinfín de historias tristes, pero llenas de amor.

Sin embargo, al menos ellos esperarán con ansias el día de su próximo reencuentro, posiblemente con fecha. A diferencia, miles de familias siguen siendo separadas en la frontera de Estados Unidos, familias de toda Latinoamérica. Esas no tuvieron la oportunidad de un último abrazo, un hasta luego, o de decir adiós y lanzar besos a su ser querido hasta que desaparezca en el aeropuerto.

Ellos, a diferencia, son separados abruptamente. Sin la oportunidad de abrazar a sus hijos que se quedan, mientras son llevados a sus países, donde los esperan todas las circunstancias que una vez los obligaron a huir.

Estos serán los grandes ausentes en los cumpleaños, las asignaciones, o presentaciones importantes de sus hijos. En momentos familiares como bodas, y hasta funerales.

Según reportó el diario El País, el Gobierno de Estados Unidos busca endurecer su política migratoria, debido a que los casos de deportaciones ya se acumulan en los tribunales. En lo que logran su cometido, emitieron una orden para acelerar las deportaciones.

Además, un reporte de agosto señala que aún permanecen 565 menores en custodia del Gobierno estadounidense luego de que sus padres fueran deportados. Esto sin abundar en el síndrome de estrés postraumático que desarrollan los familiares, aunque sean reencontrados. Los medios estadounidenses han reseñado casos de niños que no pueden llevar una vida normal, pues temen que, al regresar de la escuela sus padres les sean arrebatados nuevamente

A nadie le gusta decir adiós, pero todo parece indicar que cada día se darán más despedidas, sin posibilidad de un pronto reencuentro…

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Miladys Soto

Periodista y relacionista profesional con ocho años de experiencia. Adicta a los viajes, con la meta (y esperanza) de darle la vuelta al mundo. Fiel creyente de que la última la paga el diablo y que nadie te puede quitar lo bailao. Guilty pleasure: la pizza con piña.