Lo único que sigue igual es el terror de enojar a mi mamá

PELEA (diseño)

Por: Mónica Schrupp
@esta_moni

El año 1990 era una época más sencilla. No le encargábamos nuestras vidas completas a la tecnología por si acaso llegaba el efecto del Y2K. Además, estar en línea bloqueaba la línea telefónica y no hay nada en las redes tan importante como para arriesgar el coraje que desliza mi madre si pierde las llamadas que espera todo el día.

Realmente, en esos días, no temía nada más que el coraje de mi madre, y por eso sacaba buenas calificaciones en el colegio y me aseguraba de llegar a casa antes de que se pusiera oscuro. A solo ocho años, yo pensaba que lo tenía todo resuelto. Teníamos un plan.

Este plan no era complicado. Solamente contaba con que yo no hiciera pendejada tras pendejada. La Moni de 1999 soñaba con que nosotras le metiéramos ganas a los estudios para entrar a la universidad más cachetona, amarrarnos a un novio de pura calidad que nunca se de cuenta de que tengo cero intenciones de trabajar. Quedarme virgen hasta la noche de boda, darle un par de hijos para no aburrirme y obviamente vivir para siempre felices.

Pues te cuento, ¡ese plan se fue al carajo!

El puto colegio privado de puro lujo, con sus clases de estudios de feminismo, dio a conocer una fantasía donde no hay que contar con los hombres para seguir adelante. Me convirtió en una chingona que no depende de nadie. La Moni de 2009 armó un nuevo plan. Esa pendeja nos llenó la mente de pura ilusión. Nos inspiró con metas laborales, imaginando un futuro donde llegamos a una oficina todos los días con los tacones puestos, ropa de marca, celular en una mano y un café bien balanceado.

Entonces eso hicimos. Nos enfocamos en la carrera, machucando retos con el tacón de las zapatillas. Cada día creciendo más independiente. Los fracasos se convertían en experiencias de aprendizaje, dándole vida a nuevas oportunidades, y poquito a poquito valió verga la verga.

Dentro de un año, todos los medio-novios con quién contábamos para calentarnos por la noche, se retiraron para casarse e inmediatamente nos ligamos al último que quedaba. Esto con el miedo de llegar a los treinta años totalmente soltera y desilusionar a la Moni de 1999. Pero esa niña de nueve años nunca se esperaba la decepción que venía por encima.

No debería ser sorpresa que el prometido resultó ser un come mierda que no valía la pena, pero agradecidamente nos enteramos antes de comenzar a planear una vida con él. Entonces, con una carrera que nos mantiene viajando, un montón de deudas y el roster vacío, la Moni de 2018 adulteó como nunca jamás había adulteado en la vida. Entregamos el departamento en la ciudad y nos regresamos a vivir en casa de los papás.

Y aquí estoy. Sentada en la alfombra de la misma habitación que escogió la Moni de 1999, sin tomar en cuenta que hubiera sido mucho más fácil escapar a media noche para verme con un chavito si tuviera la ventana de la otra habitación que le quedó al hermano menor. Porque a los ocho años, Moni no pensaba en esas cosas y definitivamente no se imaginaba que regresaría a vivir en esa misma casa. Esa Moni estaba segurísima de que ya estaríamos casadas con hijos a esta edad.

Por lo menos no me preocupo por haber decepcionado a la Moni de 2009. Al fin del día, ella tenía toda la razón. Tener carrera ha sido el orgullo más grande e inesperado de mi vida. He tenido muchas oportunidades únicas que nunca se me hubieran ofrecido sin echarle las ganas que le eché al trabajo. Solamente faltan las ganas de ponerme tacones todos los días pero creo que si ella supiera cuánto iba a estar corriendo todos los días, me lo perdonaría.

Y aunque han habido algunos obstáculos, creo que queda tiempo para cumplirle los sueños a la Moni de 1999. Al fin de cuentas, todavía tenemos algunas cosas en común, ante todo, el terror de enojar a mi madre. Por eso, a solo una vuelta de los treinta años, todavía estoy escondiendo el tatuaje que me hice espontáneamente durante un viaje a México. Porque si ella se entera… ni me quiero imaginar la regañada que me espera.

Pero además de ese miedo, comparto mucho con la Moni de 1999. Por ejemplo, la misma recámara, la misma pesadilla recurrente de llegar al trabajo desnuda y, aunque a veces no lo quiero admitir, el mismo sueño de crear mi propia familia con alguien que vale la pena.

Por eso le echamos las mismas ganas a la vida romántica, que antes solo se esforzaban en el trabajo. Nos ponemos los tacones de vez en cuando para presumir y quizás pronto llegará un abogado soltero, medio-calvo pero con sentido de humor, que se enamore de la Moni para terminar este cuento de hadas. Y por si no llega, pues nada, para eso existe el Tinder.

Por: Mónica Schrupp
@esta_moni

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